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Los besos en el pan

Una novela de Almudena Grandes y un paseo por nuestros recuerdos

Valladolid, 24 de Enero de 2016. Estrella Gordaliza Ramos

Las pasadas vacaciones de Navidad me han permitido el placer de leer la magnífica novela de Almudena Grandes "Los besos en el pan". Editores Tusquets.

No pretendo realizar aquí una crítica literaria de dicha novela, para eso están otros que ya han hablado bastante sobre ella en diferentes medios. Yo solo diré que me ha gustado y que he disfrutado mucho con sus páginas.

Lo que me ha empujado a escribir esta pequeña colaboración a la web de Villafrades es el deseo de compartir con sus habituales seguidores una serie de sensaciones, recuerdos, incluso emociones.


Yo nací en los años 60. La posguerra ya estaba bastante avanzada pero la vida en Villafrades era muy dura en invierno con sus fríos, sus barros y sus heladas; la riada siempre presente, nótese que yo nací en 1963, solo un año después del desastre. Esos largos inviernos al calor de trébedes y glorias y las bolsas de agua caliente para ir a la cama que solía estar literalmente helada. Y luego los veranos con sus calorazos y duros trabajos en el campo para los hombres, e incluso las mujeres, pañuelos a la cabeza, barriendo las eras al final de la tarea, por ejemplo.

No escribo esto con nostalgia, no es añoranza, sería una aberración no reconocer todo lo bueno que nos ha aportado el progreso de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Afortunadamente hoy las casas están calientes, no hay barro en las calles o los trabajos del campo son, pienso, más llevaderos.

Pero el pan, ah, el pan. Ahí voy. Los que habían sufrido las penurias de la guerra y esa dura posguerra nos enseñaron que el pan era bendito, era sagrado, era la vida, era la ausencia de hambre, era la posibilidad de mantener a la familia y más, mucho más.

Aprendimos que trozo de pan que caía al suelo, se recogía obligatoriamente y rápidamente se besaba como algo sagrado y además se comía, faltaría más. El pan no se tiraba, nunca, sería grave sacrilegio.

Y recuerdo a mi padre que no podía soportar que alguien cogiera el sagrado pan y lo pusiera sobre la mesa al revés, boca abajo. Inmediatamente: "da la vuelta al pan, que le des la vuelta" casi en tono amenazante. Ver el pan boca abajo era para él una falta de respeto hacia ese pan bendito que no podía soportar ni tolerar.

¿Y pellizcar el pan? Jamás. Rápidamente mi padre o mi madre: "Coge el cuchillo. Corta con el cuchillo". Nada de cortar el pan con la mano, era intolerable, grave falta de respeto hacia ese pan bendito.



Y permitidme un último recuerdo hacia el rebojo, ¿el rebojo? Pues claro, todo rebojo de pan era aprovechable bien para las sopas de ajo o mucho mejor para las sopas cocidas que como todo el mundo sabe y en eso nuestros antiguos son sabios están mucho más ricas con rebojos, o sea, con el pan reposado del día anterior o de dos días antes. ¡Ah, esas sopas! Y eran con rebojos, con ese pan que no se podía ni debía tirar.

Termino con un párrafo de la novela de Almudena Grandes que viene a resumir lo que acabo de reseñar más arriba:

"Cuando se caía un trozo de pan al suelo, los adultos obligaban a los niños a recogerlo y a darle un beso antes de devolverlo a la panera, tanta hambre habían pasado sus familias en aquellos años en los que murieron todas esas personas queridas cuyas historias nadie quiso contarles.
Los niños que aprendimos a besar el pan hacemos memoria y recordamos la herencia de un hambre desconocida ya para nosotros,."



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