Historias del sindicato...III

Se acuerda José María de que había un peral muy alto en el corral de la tía Eulalia que era el árbol más alto de todo el pueblo, que sobresalía por encima de los tejados de las casas. En lo más alto del árbol anidaba una pareja de pegas y desde el nido divisaban todo el pueblo y estaban al acecho para encontrar algo que llevarse al pico.

En el pueblo estaban ojo avizor con ellas, porque uno de sus manjares preferidos eran los polluelos de gallina. En todas las casa se echaban dos o tres gallinas cada año para criar pollos y pollas para el consumo doméstico de huevos y carne de pollo. En cada carnada salían diez o doce polluelos que corrían por el corral detrás de la gallina que les enseñaba a alimentarse y les protegía.

Era costumbre dejar salir a las gallinas a la calle a picotear la hierba que crecía en calles y corros que entonces estaban sin pavimentar. Las pegas localizaban los polluelos y se lanzaban en picado sobre ellos sin que la gallina pudiera evitar que se llevaran uno en el pico.

Una vez presenció uno de estos ataques. Había un corro de vecinas cosiendo por la tarde a la solana a la puerta de la Señora Eugenia y habían soltado a las gallinas a picar la hierba del corro que hay delante de la casa. Entre ellas había una camada de pollos con la gallina jugando y picoteando. De repente las gallinas y gallos formaron un revuelo estrepitoso de carreras y cacareos y la pega descendió en picado llevándose un pollito que piaba desesperado. La tía María Antonia y Goya gritaban: ¡¡Bribona, Sinvergüenza, devuélvemelo!!, pero todo fue inútil. La pega se llevó el pollito que serviría de suculenta cena para sus propios pollos que la esperaban en el nido.