Historias del sindicato...II

"Dicen las malas lenguas que yo era un trazas....pero no es verdad. En realidad yo solo seguía lo que decía el Carmelo, que es el que era un trazas de cuidado". Valentín empieza así su historia sentado en un taburete y apoyado en la barra en la que su hermano nos va sirviendo los licorcillos que le hemos pedido. Valentín nos dice esto con una media sonrisa pícara que parece retarnos a creer semejante y obvio juego de la memoria, que no es tal, porque él sabe que tanto monta...

"La cosa es que en esos años, cuando yo era un chaval, se pintaban las casas con cal. Este encalado servía de limpieza y era un trabajo que no veas..." continua Valentín. A estas alturas ha conseguido toda nuestra atención y con la imaginación vemos lo que nos va narrando. "Empecemos aclarando que mi abuela no me tenía a mí en gran estima. La cosa es que yo llegué después de éste y ya se sabe, segundón... pues eso, que mi abuela siempre pensaba lo peor de mí, repito, fama completamente injusta porque el malas trazas era el Carmelo y no yo. Yo sólo me dejaba llevar.

Pues a lo que iba...la cosa es que encalar era la pera limonera y mi madre iba a ayudar a mi abuela a encalar su casa. Yo era un chaval entonces y andaba estorbando aquí y allá mientras ellas trabajaban, cuando me percaté de dos monedas roñosas abandonadas en el suelo. Estaban roñosas de veras y tiradas de cualquier manera, por lo que yo como era de esperar asumí que ese dinero o, no era de nadie, o su legítimo dueño no lo quería por cochino. Yo claro, no tenía ningún problema con la limpieza y me los guardé en el bolsillo.

Por aquel entonces mi tía Agustina regentaba la tienda del pueblo, así que allá que me fui yo con lo que creí sería dinero suficiente para un puñadillo de caramelos de esos duros de antes, más contento que unas castañuelas. Mi tía se mostró admirada por el dinero: ¿Te ha dado la propina tu abuela? ¡Vaya que suerte! -, y yo encantado empecé a ver como metía caramelos en una bolsa....claro que al cuarto puñado me empecé a preocupar -Y ¿te pongo esto también?...y ¿regaliz? - ¡Madre mía! ¿Pero que había cogido yo del suelo? ¿El tesoro de las Américas? Y ella dale que te pego a llenar un bolsón que yo me preguntaba como narices iba a meter en casa sin que mi madre se diera cuenta. Ya ni el dulce del azúcar me curaba a mí de la zozobra de saber que me iba a llevar un pescozón... cuanto menos, y ni pensar en cuanto más.

Pero no iba a ser yo tan afortunado, y siendo la villa un lugar más bien pequeño, no tardó en encontrarse my tía con mi abuela y saludarla con un -¡Vaya propina que le diste al chaval!- -¿Propina? ¿Qué propina dices? ¡Me ha robado! ¡Este me ha robado el duro!-. Ya he dicho antes que mi abuela era propensa a pensar mal de mí, sin ninguna justificación. Y enfundada en un cabreo de tres pares de narices se presentó en la escuela y consiguió que el maestro me castigara a escribir 1000 veces -No volveré a robar duros -. Hasta pena le di a mi madre que con papel de calco y todo intentó ayudarme con la tarea....pero no coló, aquel maestro era un hueso, y copiar copié, ¡vamos si copié!...

....claro que.... ¡también me inflé a caramelos!"